Estudiar, pero ¿para qué?

Embarcado en una conversación, se me estaba confrontando para que definiera conceptos de excelencia y disciplina. Buscando no ser ofensivo, compartí una vivencia que me sucedió a principios de enero, esperando que mis interlocutores llegaran a sus propias conclusiones. El hecho aconteció en el Instituto Federico Crowe. Una madre me planteó la propuesta que si yo aseguraba que su hijo ganaba la recuperación de los cursos perdidos ella lo reinscribiría, porque de lo contrario, en otro lugar se lo habían ofrecido y asegurado.

Tratando de retener los conceptos que se me formulaban en la mente para evitar ofender a la señora, saqué el libro de conocimientos, llené los datos y le entregué el expediente.

El resto de la conversación creo que es innecesario compartirlo, pero a mis interlocutores les agregué: “¿Qué haría esa señora cuando en un examen de ingreso a educación superior su hijo no llegara a calificar?” Espero que usted haya hecho el cuadro de la realidad de nuestros días.

La educación, más que titularse, es llegar a capacitarse para poder mostrar competencias, destrezas e información que nos permiten funcionar más allá que lo que un título habla. Claro que el título es algo de lo más elegante que se puede colgar en la pared, el clavo puede aguantar con todo. La vida diaria no lo es así.

El reto más grande que tenemos es que las nuevas generaciones no repitan los errores de aquellos en que hemos caído nosotros, lo cual tal vez podemos presumir. Pero lejos está funcionar con disciplina y excelencia para que seamos dignos de imitar y no simplemente comentar.

Permítame hacer una analogía con una gallina que está sentada sobre una docena de huevos con la esperanza que, en el tiempo dado, pueda resultar en unos pollitos que habrán de generar no solo alegría para algunos, pero recursos para el ser humano. Es un proceso difícil y una lucha indescriptible para esos pollitos salir del cascarón y llegar a caminar. ¿Qué me diría si yo, por ayudarlos con un pequeño alfiler, facilitara la salida de ellos para no tener que hacer tanto esfuerzo en romper el cascarón? Lo único que se puede decir de esto es que tal conducta es una conducta criminal.

El proceso educativo nuestro, pensando en el bien de aquellos que toman el tiempo, el costo y el esfuerzo, debe ser apoyado al máximo sin perjudicar el proceso para que nuestra tarea sea más bien heroica y no criminal.

Educar es una tarea de doble vía en que cada uno debe definir la parte que le toca. Y la cooperación que invertimos en el proceso debe ser hecha con los más altos ideales y mejores métodos, para que de generación en generación no seamos iguales, sino mejores.

Nuestra Guatemala necesita urgentemente figuras y perfiles que crean inspiración y admiración por la calidad y tipo de persona que educa, que el educando quisiera algún día ocupar un lugar semejante, haciendo un trabajo igual. Claro que los hay, pero lamentablemente la mayoría no ocupa un lugar como este. No es cómo nos llaman, sino qué imagen proyectamos, que es más importante en la mente y el corazón del alumno.

En estos días, cuando están los estudiantes en sus evaluaciones, necesitan más retos que ayuda para que puedan hacer un trabajo mejor que han visto en el pasado.

POR SAMUEL BERBERIÁN

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